Reivindicando la tradición
- jordicasadoclinic
- 27 feb
- 2 Min. de lectura
Me formé en la vieja escuela. Esa donde la paciencia era la clave y el conocimiento no se regalaba, sino que se conquistaba con años de estudio, práctica y humildad. Aprendí de maestros que no buscaban likes ni reconocimiento fugaz, sino la transmisión responsable de un saber forjado en generaciones de experiencia. Cada enseñanza era un legado, fruto del trabajo, del ensayo y error, de una tradición cuyo único propósito era aliviar el sufrimiento humano con entrega y sin pretensiones.
Hoy miro a mi alrededor y veo otro mundo. Un mundo donde lo inmediato pesa más que lo profundo, donde la mercadotecnia desplaza a la verdad, y donde los brillos fugaces de las redes sociales y las medias verdades deslumbran tanto que ocultan la esencia misma del conocimiento. Llevo 30 años recorriendo este camino, investigando, estudiando, perfeccionando. Y cuanto más aprendo, más respeto siento por la humildad que me inculcaron mis maestros.
Veo colegas y alumnos que valoran mi trayectoria, que entienden lo que significa este legado. Un legado que es de todos, porque no tiene autoría propia, no tiene genio y figura propio. Pero también veo un tiempo donde, si no sabes venderte, parece que da igual cuánto sepas, o cuánto tengas que ofrecer. Hoy, ser influencer en medicina china vende más que haber dedicado la vida entera a perfeccionar un arte ancestral. Todo está estudiado para que el cliente se enganche a la formación y sienta que en su compra flash hizo el negocio de su vida.
¿Dónde ha quedado el respeto por el conocimiento como recorrido? ¿Dónde quedó la verdadera transmisión de maestro a discípulo, el esfuerzo silencioso, el tiempo sin prisa, el cultivo del sentido común? No me rebelo contra la modernidad, pero sí contra la superficialidad que amenaza con convertir en humo lo que debería ser un fuego eterno que alimenta la vida.
Hoy más que nunca valoro el camino que señalaron mis maestros, y los maestros de mis maestros: el camino del agua y del fuego.
Porque la sabiduría no se exhibe, se honra. No se predica, se encarna. Y el tiempo, tarde o temprano, pone a cada uno en su lugar.
Soy Manu Moreno, y soy la voz agónica de la vieja escuela.



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